domingo, 24 de junio de 2012

Hacia la noche


“Demoras en la vuelta a casa” se lee  en la pantalla enorme  del bar que muestra imágenes de Avenida Libertador. El cielo del atardecer ofrece una luminosidad intensa,  como si no se resignara a ocultarse frente a las iluminaciones de los bares y cafés que comienzan a encenderse. Desde la ventana veo una multiplicidad de luces que transitan y pueblan las calles: el amarillo pálido de las lámparas que alumbran, con cierta intimidad, cada una de las mesas del restorán de enfrente;  el rojo y el amarillo del semáforo de la esquina y su persistencia en sucederse; los cuadrados de las ventanas de los edificios  se recortan en un cielo que se vuelve cada vez más oscuro,  dejando adivinar en su interior los destellos de un televisor encendido; los multicolores carteles de los negocios…  Los empleados de las tiendas miran sus relojes con más insistencia, los señores de las oficinas se van dando cita en los cafés, chicas con auriculares y carpetas en la mano vuelven de la facultad y los micros pasan repletos de gentes que cargan en su rostros un día entero de trabajo. La escuela es pública y queda en pleno centro, rodeada por negocios que venden zapatillas y jeans de $800. Pero ninguno de los alumnos vive por aquí, venimos de los barrios y cuando la clase termine volveremos a ellos. La porción de cielo que era posible ver,  ya ha cedido todo su resplandor  a la hora en que suena el timbre. Abrimos nuestras carpetas donde aguardan hojas blanquísimas, y una tiza nueva abre la cerrada negritud del pizarrón.

lunes, 23 de abril de 2012

quetzal

Constante, como el como el golpetear de una puerta mal cerrada, era aquella sensación de no poder enfrentarse a la belleza, de no poder soportarla.

Cuando se imaginaba sola frente a un hermoso paisaje algo le oprimía el pecho, pero no era como un golpe o un peso, era un vacío, como una bocanada de aire que envolvía su corazón.

La misma sensación le provocaban los niños, la luna llena en una noche despejada, contemplar un cuadro, ciertas fotografías, algunas personas…

Vivía la belleza como un resplandor que la enceguecía, como un fuego del que sólo era capaz de percibir míseros chispazos, porque creía que si se entregaba a ello se quemaría viva en su totalidad.

Se reservaba el lujo de pequeños placeres extremadamente medidos y programados, podía resistir el detalle de dos flores frescas en su escritorio calculando no contemplarlas más de la cuenta, más que una porción de tiempo que mentalmente ya había estipulado para ello. Podía también enfrentarse a determinadas combinaciones de cosas que solían conmoverla, pero siempre estaba la cuestión del tiempo, ese sólo fragmento de deleite que le estaba permitido experimentar.

Fue desarrollando ciertas habilidades, como hablar poco y medidamente, evitar las florerías, dejar de buscar en el diccionario las palabras que no conocía, volverse eficiente y temer al azar.

Pero … ¿cuántas veces nos es dada la oportunidad de acercarnos tímidamente hasta la orilla del río hasta que, finalmente y por el coraje de tantas aproximaciones, decidimos meternos en el agua completamente y nadar con toda la plenitud de nuestro cuerpo?

Si alguien se lo pidiera no sería capaz de precisar el punto exacto en que decidió borrar los límites, que enmarcaban aquellos instantes breves. Ocurrió un día, simplemente, cuando contemplaba una fotografía tomada en el zoológico de Chapultepec, era un ave, un quetzal. Mágicamente la imagen del pequeño animal logró capturarla por un tiempo indeterminado, infinito, deslizaba sus ojos suavemente por aquella larga cola de plumas brillantes, pasó la mano por la fotografía a una distancia tan mínima que parecía tocarla, su pequeño ojo brillante, la perfección de su pico, sus colores, la nube de niebla que parecía envolver todo el ambiente en que fue tomada la imagen, al ver el pequeño pecho henchido del animal respiró profundo, sentía que se ensanchaba su corazón, que se engrandecía, que se colmaba todo, sintió una extraña comunión con el animal, una conexión afanosa, un amor instantáneo. Y se largó a llorar.

Lloraba cuando reía, y se repetía a sí misma que no había de qué temer, el día de la mutación había sucedido por fin.

jueves, 5 de abril de 2012

infancia

Mi mamá es una señora que cocina tortas y tiene la boca muy grande, mi papá es un señor que hace muebles y nunca se queja de nada.
Yo a veces juego a esconderme de mi mamá pero extrañamente en mi juego de escondidas siempre sale a buscarme mi papá.
Mamá no entiende mis juegos, entonces yo me acerco hasta ella y le digo que no tenga miedo, que no se preocupe, que yo le voy a enseñar.
Entonces nos ponemos a jugar los tres, papá me ayuda a ordenar las cosas, mamá primero mira sorprendida pero de a poco se anima.
Al rato estamos todos muy contentos haciendo comidita de barro y pintando dibujos con crayones de colores, yo los miro y veo que ahora se están divirtiendo tanto como yo, pienso que mamá a veces no puede y que papá a veces no sabe, pero yo les enseño como si fueran un amiguito nuevo del barrio que viene a jugar por primera vez conmigo, dándome la oportunidad de hacerme sentir especial y dejándome decidir porque ahora vamos a jugar a lo que yo quiera.

lunes, 27 de febrero de 2012

verano


Sierra de la Ventana


En la orilla de enfrente que está acá nomás porque el río debe tener 10 pasos de ancho, hay unos árboles enormes, las hojas son redondeadas de un verde claro, más claro con el sol, más oscuro cuando se juntan de a muchas ramas y se hacen sombra, las raíces son enormes, enormemente gordas, como venas secas hinchadas, son más gruesas incluso que el resto del tronco, y cuelgan ramificaciones más finas de esa raíz, el río que corre debajo va desgastando la orilla y robándole tierra a las raíces que van quedando suspendidas en el aire, casi la mitad de las raíces del árbol están a la intemperie, a la vista, secas, colgando, los árboles se retuercen y crecen derechos hacia la luz, pareciera que no se enteraran del río que corre a sus pies. Hacia la derecha nos llegan los rayos de sol que marchan contrarios a la brisa, una enredadera se va extendiendo por todo el pequeño acantilado que no sobrepasa el metro de alto, del otro lado está la calle, con sus autos seguramente, los pájaros ambientan la siesta y se escuchan los gritos de unos chicos en un campamento … los árboles que vimos ayer en el cerro aferraban sus raíces a las rocas, formaban escalinatas en las laderas del cerro, abrazan las rocas que encuentran a su alrededor y se desnudan…


Uruguay - Santa Ana (por Mati)

sensaciones de uruguay

serenidad de todo. un poco de viento en la playa. gran lugar. soledad. la confianza es muy grande y todo es bueno.

muchos verdes.

santa ana es una pueblo pequeño y apacible. a la noche me hace acordar al 12. los murmullos. el cielo y las calles vacías. los grillos sobre todo. el rumor del río es como un aliento un alma que está todo el tiempo ahí.

acá estamos

en un camping de santa ana

uruguay

esa es la verdad

una vela alumbra este escrito

al lado de mi carpa

un chico dicta por celular

una lista para asearse

champúes lociones cremas jabones

etc

interminablemente

cristina duerme o piensa

más allá uno arranca

con la guitarra y alguien a su lado

sopla su trompeta

y se ríen

después de una canción linda.


Uruguay - Colonia (por Mati)


esto lo escribo en colonia. ya nos fuimos de santa ana. repentinamente nos fuimos. intentamos apurarnos pero no llegamos a tomar a las 9 el bondi que queríamos. esperamos el de las 11.40. ayer pusimos los libros en la playa. parecía una tarde apropiada. en ese momento se levantó el viento que nos acompañó en esa playa. también arena y sol mucho. estoicamente hicimos cartel tendimos la manta mostramos los libros. nadie se acercó. ningún sentimiento sobre el tema.




Uruguay - Nueva Palmira

Conocimos anoche por casualidad, ya que estábamos buscando dónde comprar papel higiénico, un lugar llamado el “Almacén del Puerto”… pisos de madera, estanterías altas que cubren toda la pared, un mostrador también de madera enorme todo por delante de la estantería y vitrinas de vidrio, en las partes altas hay ollas de chapa de varios colores, baldes, tarros de cera, todo con el toque añejo que le da tener algo de polvo encima, bien de principios de siglo.


En el puerto están cargando un barco enorme hace dos días, en todo ese tiempo no han parado de llegar camiones que parecen muy pequeños al lado del barco que les quita la carga con su mano-grúa y los manda desnudos a regresar por donde vinieron.




Uruguay - Fray Bentos



Fray Bentos es una ciudad envejecida, hay pocos jóvenes, poco movimiento cultural, la gente que vemos, que atiende los negocios y las oficinas ronda los 40 años para arriba, todo tiene ese aire, las casas, los hoteles, los restaurantes, un espíritu tranquilo, un poco por la vida segura de pueblo y un poco de resignación, no hablan de la papelera, es algo que ya está instalado, que forma parte de la vida, del paisaje, como el río, como la estatua de Artigas en la plaza, como el barrio Anglo que fue instalado en estas tierras por la revolución industrial, la revolución que ya no revoluciona nada sino que se mantiene cada vez más imperial, más altiva, imponente y negra como la chimenea de Botnia.

Está cayendo el sol, la costanera es hermosa, el río golpea apenas la costa mullida de verde, martines pescadores, un hombre llega en kayak, mate, tres niñas curiosas y dos perros juguetones.

El sonido del día de hoy, el sonido más casero de todos: el ruido que hace la tapa de la pava de chapa cuando se la deja sobre la mesada, el agua de la canilla llenando la pava y el sonido errante de la tapa otra vez encontrando el hueco justo, si en unlugar escuchas eso sentís que estás como en tu casa aunque estés en Uruguay.